domingo, mayo 24, 2009

Nos quedan siempre los poetas

Se mueren los poetas y todo se vuelve más oscuro. Queda escuchar sus discos, abrir de par en par los ventanales que son sus libros para que esos fogonazos de luz vuelvan a indicarnos quiénes somos, de dónde venimos, qué nos pasa. En apenas una semana, AntonioVega y Mario Benedetti nos han dejado un poco más a solas, un poco más a oscuras.
Al primero pocos obituarios le han hecho justicia; el tópico del chico triste y solitario ha servido para construirle un simulacro perezoso de leyenda maldita con el que ni sus letras ni su vida tuvieron algo que ver. Al segundo, al gran poeta popular –y digo popular con mayúsculas– del siglo XX se le ha rendido ríos de tinta en medio mundo hispanohablante con la veneración agradecida de los que aprendieron a leer poesía amedio camino entre 'Táctica y estrategia' y los poemas que escribió hasta escasos días antes de su fallecimiento.
Ambos, cada uno en su ámbito, compartían con su público la complicidad del que sólo se sabe agradecido a los demás. Vega pasa a la historia, primero como retratista generacional y después como testigo de sí mismo y por lo tanto un poco de todos. Benedetti lo hizo hace mucho en una adolescencia arrebatada y perenne que igual le condujo a pasionales desvaríos políticos que a insobornables alegatos de amor y drama. Los dos nos duelen y a la vez ya no. Los dos, qué raro es despedir a los poetas para siempre aun sin conocerlos en persona, nos han soltado la mano a mitad de camino y estamos un poco más huérfanos.
Quedan su obra, sus canciones, sus libros, esa necesaria brújula para el mapa de los escalofríos y los temblores y los abrazos y las penas y la vida. El eco de un diálogo que nos trascendió un buen día y ya no nos dejará nunca, en ‘La chica de ayer’, en ‘Rostro de vos’ o en ‘Corazón coraza’. Hartos de sabios que no saben nada, de balas de fogueo, de precauciones y culpas, nos quedan para siempre los poetas, aunque se hayan marchado.
(Tribuna de Salamanca, 23/V/09)

miércoles, mayo 20, 2009

La confianza

La idea de confianza sustenta a la idea de sociedad. Sólo la certeza de que el prójimo respetará las reglas del juego permite derribar las barreras, acortar las precauciones. Todos los días voy en metro a trabajar porque confío en que nadie va a empujarme a las vías mientras espero al vagón. Todos los días salgo a la calle aunque ya sea de noche, porque sé, porque confío en que nada malo me va a pasar. Más confianza equivale a más progreso. Más confianza equivale a evolución. Los medios de comunicación son la alarma, el inesperado giro de los acontecimientos que suspende esa noción de que todo está bien y los seguirá estando siempre. El aliento de la tragedia, o su simulacro. Sólo así se explica que esta crisis económica, de la que EEUU ya da señales de recuperación, fuera comparada en el inicio con el crack de 1929. Una crisis a la que ya se adivina el final comparada con el mayor drama económico de la historia. Pero también los medios equipararon la gripe detectada en México con la letal gripe española. Un brote que se ha cobrado decenas de afectados y sólo algunas víctimas frente a la pandemia que asacró a entre 50 y 100 millones de personas en apenas un año. El pánico como alerta inmunológica del sistema. La simulada urgencia y el terror como salvaguardas del status quo. El miedo como recurso imprescindible para que nada cambie, para que, al final del día, durmamos satisfechos, santiguados en la fe de que todo va siempre a mejor.

sábado, mayo 09, 2009

La perpetua juventud del mundo me corta el aliento. Cosas que amaba han desaparecido. Muchas otras me han sido dadas.
Simone de Beauvoir, La mujer rota