martes, junio 23, 2009

CR7 y los espejos deformes

Buscas a Roma en Roma, oh peregrino, dice Quevedo. Decía, fuera de cuentas. Quizá Cristiano Ronaldo, o su publicitado fichaje, son la síntesis o el anticipo de lo mucho que vendrá después. No sólo enloquecen de alegría en Madrid los vendedores de laca, tatuajes, piercings, copas, casas, coches, trajes, manicuras y pedicuras, cortes de pelo y en general vendedores de todo. Lo hacen , lo harán, toda la marabunta de espejos deformantes en los que se va a reencarnar la nueva estrella del marketing total.
De lo que quería hablar era de la imitación como inevitable modo de entendernos, de explicarnos, y ya me he dejado llevar por la fácil piñata que es ese tipo que cobra tanto por, dicen algunos, hacer tan poco. Cristiano, o CR7, o cualquiera de las muchas reencarnaciones que le atribuirán, provocará una sísmica ola de mimetismo en niños, aficionados adultos, cantantes y camareros, aspirantes a estrella y hasta propios compañeros de profesión. En esa pirámide inevitable él ostentará la cúspide, y será atractivo comprobar hasta dónde llegará su legión de criaturas amarradas al canon encontrado. Si Cristiano, como dicen, es el Beckham de hace unos años pasado por el filtro latino, además, comprobaremos cada vez que se vista de corto o de largo si todos somos ya un poco Cristiano, pero no lo sabíamos, o él ya era nosotros, sin conocerlo.

lunes, junio 15, 2009

El héroe nunca lleva la bandera

La anécdota la contó uno de los acompañantes de Bob Dylan sobre los escenarios en los años setenta. Tras un concierto, se acercó y le preguntó por qué no tocaban alguna vez los temas como eran de verdad. Dylan le contestó que él no sabía cómo eran las canciones “de verdad”. “Como están en los discos”, le replicó el otro. “No, así es como están en los discos”, respondió Dylan. Es la cita que enarbolan los dylanistas cuando alguien cuestiona las interpretaciones de su ídolo en directo. Dylan acostumbra a retorcer sus canciones hasta la deformidad, hasta el desmayo. Obligado a cantar sus temas acorde a acorde, calcadas noche tras noche, se sentiría más perdido que Luis Aragonés en el programa de Ana Rosa. Quería poner el ejemplo de Dylan porque el Festival de las Artes ya nos brindó a un cantautor en directo. Un cantautor que improvisa. A Aaron Thomas. Los que pensaban que la vanguardia que vertebra esta cita anual no encaja con un tipo como el australiano se han llevado otro desplante. Fue en el sótano del Café Corrillo. Y Thomas, de tapado, cuando todo el mundo miraba a otra parte, se marcó un gran concierto. Infiel a su disco más reciente, Follow the Elephants, subido al balanceo de una voz corriente pero creíble, armado con apenas una guitarra, puso a la sala patas arriba. Cuando llegué, a la misma hora prevista del concierto, estaba sentado en una mesa próxima. De repente se levantó, junto a sus acompañantes, subió al escenario y comenzó a tocar. Ésa era su banda. Tocó lo que quiso y como quiso, y al final del concierto contra todo pronóstico, demostró que aún se pueden vender discos físicos si sobre las tablas se ha defendido un tipo honesto y con talento.
Los héroes nunca llevan la bandera; el Festival es una piñata llena de calles cortadas, caminos a ninguna parte y callejones oscuros. También de promesas cumplidas, hallazgos en voz baja y encuentros inesperados. De eso se trata, por supuesto. No de ir a todo, sino de buscar y de encontrar un poco. Cualquiera se queja de tener mala memoria, pero nadie reconoce no tener criterio, así que con una programación tan amplia hay que hacer un esfuerzo informativo y desearse buena suerte.

sábado, junio 06, 2009

La identidad y las corbatas

El consejo de los sabios dice que el mejor modo de alcanzar el equilibrio, ser eficaz y feliz es conocerse a sí mismo. Conócete a ti mismo, por tus pensamientos, actos y deseos. Busca y concluye a qué has venido, hacia dónde vas. El Festival de las Artes ha dado en la diana con una imagen de marca. Discutible, pero rotunda en ese magenta que igual tiñe los pasos de cebra que encorbata la Casa de las Conchas. Un festival autoproclamado de vanguardia debe transgredir. Por imposición, por vocación, ése debe ser su camino. Creo que lo hizo desde la primera edición y que lo hace de nuevo en esta quinta, pero también que debe proclamarlo, colarse en las charlas de patio de vecinos, en la parada del autobús, en los colegios y en los pabellones de deportes. Se disputa más Salamanca de lo que pensamos en ese juego de identidades y representaciones simbólicas en el que todas las ciudades españolas juegan sus bazas. Por eso San Sebastián, Valladolid o Málaga se aferran sus festivales de cine. Por eso Segovia tira la casa por la ventana con su Hay Festival o Cáceres hace lo propio con el ya asentado Womad. Porque un festival es más que un programa de actos; es carácter, y de eso no estamos sobrados a orillas del Tormes. Conócete a ti mismo. Salamanca sabe quién fue y de dónde viene, y exhibe currículum con orgullo cuando hace falta, pero esa entidad que llamamos comunidad universitaria, sin ir más lejos, es un cuerpo extraño para el resto de la ciudad. Vive, consume, estudia y emigra. Cada año, en número superior a 30.000. Antes era la que imprimía genio, su mejor embajadora. Es un ejemplo. Si el Festival de las Artes ayuda a configurar la máscara postmoderna de la ciudad y a la vez excita la curiosidad de los salmantinos cumplirá su papel con notable. Si entretiene, educa y fagocita a los que derrochan actitudes adocenadas, con sobresaliente. Por eso las ya célebres corbatas rosas, los maniquíes de ojos muertos y los versos colgados de los balcones son un buen emblema. Porque son distintos.
Tribuna de Salamanca, mayo de 2009

lunes, junio 01, 2009

Entro en la biblioteca y me encuentro esto, pegado en un mural rojo.