martes, julio 28, 2009

Uruguay es una ciudad sin tiempo, un escenario de la mente, escribe hoy Juan Cruz en El País. Leo el periódico, en realidad varios periódicos, en una terraza. Con una caña sobre la mesa. Acabo de salir de una sesión de masaje en la espalda. Media hora de dedos que tocan, aprietan, acarician, corrigen y duelen, si es el caso.
Me encuentro bien.
Uruguay es una ciudad sin tiempo, escribe Juan Cruz. Un escenario de la mente. Y qué ciudad no. Supongo que Cruz quiere decir que es un bello escenario. O al menos un disfrutable escenario. Sentado en la terraza, con la vista en la prensa, basta levantar los ojos, echar un vistazo alrededor, para asistir a la ceremonia de una tarde plácida y repleta de pequeñas preguntas sin respuestas, ese niño que corretea de un lado para otro, ese matrimonio silencioso, las tres chicas que pasan y sus faldas al vuelo, etc. Un escenario, no hay duda. A las nueve de la noche, un escenario inofensivo y, con probabilidad, menos interesante que el Uruguay trufado de poetas y libros y buena carne y gente con tiempo para hablar del que habla el artículo. O no. Un escenario de la mente. Ok, correcto.
El niño que corretea de un lado para otro se para delante de mí. Me mira leer el periódico. Cuando levanto la vista echa a correr. Se tropieza y se cae al suelo. Está a punto de echarse a llorar. Pero no llora. Se levanta y se marcha.

miércoles, julio 22, 2009

Pocas cosas más frustrantes. Entrar en un blog y volver a ver, una vez más, que no está actualizado. Yo me he abonado a eso. Meticulosamente he desprovisto a este blog de sus lectores. Contra mi voluntad, pero desde hace unos meses es lo que hay. Sí, me ha ocurrido lo que a otros, la excesiva visibilidad me ha paralizado. Antes me agradaba comprobar que podía contar 14 comentarios en un post. Sabía que eran lectores fieles. Hablo de 2002, de 2003, de 2004. Hoy sé que de los que entran, menos, algunos entran sólo para husmear. Pero repito, la culpa es mía.

Esto no es un blog. Esto es terrorismo literario. O demasiado que decir en demasiado poco tiempo. Como en una carrera de los 100m descalzo. Aún así, sólo importa llegar el primero a meta.

Casi todo ha cambiado. Cuando digo todo es casi todo o en todo caso todo lo importante. A mejor, y éste sigue siendo el mejor blog que vas a leer en mucho tiempo. El mejor blog que yo puedo escribir, aclaro.

Creo que he vuelto.

viernes, julio 03, 2009

allíestabatodo

Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es mentira?
Y él le respondió:
-Lo sé;
pero lo que siento es verdad.
(Ángel González)
Lo he comprobado. La primera vez que vi el videoclip de Smooth Criminal tenía 10 años. Entonces, allí estaba todo; la noche, el resplandor, el súbito silencio, el gato negro sobre las teclas del piano, la moneda que vibra en el aire y arranca la jukebox, los mil y un bailes de la coreografía más completa. Un estribillo pegadijo, los falsetes, el moonwalker. Michael Jackson pertenece al territorio de la infancia, por eso la tristeza del jueves y de después. Aquél niño de 10 años sabía más sobre las cosas importantes de la vida que este adulto de 30. Al menos sobre algunas que tenían que ver con la emoción y la fidelidad a los que anunciaban paraísos de felicidad que después se cumplían.
Los que disfrutan más descubriendo que Jackson no legó nada a su padre que escuchando otra vez Bille Jean, Dirty Diana, ABC, Ben o Jam no me merecen más que un áspero e indiferente desprecio. Los que detallan las miserias de una vida personal discutible y dolorosa e ignoran la relevancia de uno de los colosos de la música popular del Siglo XX deberían ser deportados a una isla repleta de la misma mierda que proclaman. Ni una línea más para ellos.
Aún falta para la ceremonia de la clausura; estamos vivos, podemos escuchar su música hasta quemarnos los tímpanos. Los apóstoles del final tendrán que morderse la lengua. No voy a descubrirlo yo; sin Jackson todo sería distinto, con toda probabilidad peor.