Si usted vio esta semana en televisión las imágenes de la celebración del Toro de la Vega de Tordesillas, ya no necesita que nadie le explique lo que es la tradición, el civismo y, en resumen, el respeto a las buenas costumbres. Si comprobó con sus propios ojos la valiente persecución a caballo del astado, el acorralamiento del animal y la posterior y valerosa tortura con lanzas hasta la muerte cuando éste ya estaba exhausto, aterrorizado e indefenso, ya entenderá las razones por las que esta fiesta está declarada de Interés Turístico Nacional. Si fue testigo, en directo o a través de algún medio de comunicación, de la imperiosa y humana urgencia de matar a otro ser vivo en nombre de lo que se ha hecho toda la vida, lo comprenderá todo. Incluso perdonará que el toro, que había logrado escapar del recinto en el que dictan las leyes que puede ser trinchado, que había alcanzado el asfalto que le salvaba la vida, fuera rebanado como mandan los cánones. Sabrá entender que los animales son animales y que el toro se crece en el castigo y que en España somos así, etcétera.
Si, por el contrario, es uno de esos modernos a los que una orgía de sangre le amarga el día, uno de esos que no respetan los gustos y la vida de los demás, quizá sea usted un insensible, un ignorante y quién sabe, un incivilizado. Usted sabrá. Todo son preguntas.