jueves, septiembre 03, 2009

Me gusta el baloncesto desde que tengo uso de razón. Mi padre me llevó a ver a os Harlem Globetrotters cuando era un canijo y puede que allí se fraguara todo, pero no estoy seguro. Crecí con la NBA, en mi vida casi jugué en más equipos de los que puedo recordar y el que me conoce sabe que siempre llevo un balón listo en el maletero del coche. Por si acaso. Puede haber una canasta en cualquier parte. Sólo tengo buenos recuerdos de los entrenamientos, los madrugones para coger el autobús, los compañeros. Las equipaciones, las sesiones de tiro, los pabellones. Además tuve suerte y apenas sufrí lesiones. Durante una época de mi vida, no pensaba en otra cosa que los entrenamientos y los partidos, siempre los partidos, los míos y todos los que podía por la televisión. La NBA. La ACB. Lo que fuera. Gracias al baloncesto hice amigos que aún lo son, y que lo serán para siempre. También aprendí el valor del esfuerzo, del compañerismo y de la confianza en uno mismo. El baloncesto, en parte, es la propia vida. Hoy sigo al milímetro toda la actualidad. Los fichajes, las competiciones. Discuto con otros aficionados sobre tácticas o sobre éste o aquél jugador. A veces las discusiones son sobre quién jugaba dónde. Eso pasa cuando el otro aficionado es como yo. Es inevitable. Para toda una generación, la selección española actual es una dulce revancha después de años de penurias internacionales. Ahora es fácil ser de la ‘roja’, pero hubo un tiempo en que fue costoso y duro. Amargo. Ahora es tiempo de disfrutar. Que dure muchos años.

2 comentarios:

Beauséant dijo...

y más en este país, que cuando sale alguien bueno lo ponemos un altar sólo para esperar a verle caer y poder decir que, en el fondo, era un mierda y un matao..

disfrutemos ahora que podemos :)

LA CAÑA DE ESPAÑA dijo...

Cuando era canijo era mi deporte favorito, nunca me gustó el futbol. Mis compañeros se iban al patio de tierra a dar patadas y yo me buscaba unos cuantos desencantados que me acompañaran en la canasta. Mi primer balón fue uno que desecharon en el colegio porque se le había desgarrado la piel. Lo llevé a casa, lo cosí con el hilo mas duro que encontré y lo inflé con mucho cuidado. Cuando lo llevé al cole me convertí en el chico más popular: ya no había que esperar a que hicieramos "deporte" para jugar, podiamos haverlo en el recreo o a media tarde, tras la hora de la comida.
Después se me fue pasando. Empecé a practicar ciclismo, a correr varios quilometros los fines de semana, etc. Ya sólo lo veía en televisión... hasta que llegaron las olimpiadas del 92. Me sentí tan avergonzado de ese penoso espectáculo en nuestro propio país que nunca he vuelto a ver ni un solo partido más.
No sé si soy justo o injusto, ni me muevo por modas, es sólo que soy una persona que no es capaz de aguantar ese tipo de decepciones de alguien a los que admiraba tanto.