"prefiero las palabras a los hechos, sobre todo si las palabras son deja de buscar, ya me has encontrado o no vayas a pensar que te iba a dejar escapar"
el caso es que nada funciona, y cuando digo nada es nada y estamos en la Posada de las Almas, buscando la nuestra, el martes por la noche, y es Haloween y todo el mundo está disfrazado y digo estamos porque somos M. y C. y P. y yo, que me pongo la chaqueta de Pete Townshend quecompré en Madrid en un acesso de locura pero esa chaqueta estaba diciendo cómprame, joder, sácame de aquí, una chaqueta con la bandera del Reino Unido estampada en la espalda y las mangas, pero el caso es que estamos allí, sitiados, hay brujas con escobas y tíos disfrazados de Drácula y una momia, hay hasta una momia, y uno vestido de jugador de la selección española de fútbol (¿?) y muchas diablesas con cuernos y rabo y tridente, nos aferramos a la barra como si todo el bar se moviera y estuviera al borde del naufragio y es posible que lo esté, de hecho ya sólo quedamos M. y yo, M. que es mi mejor amigo y siempre puede conmigo, me pido otra copa con el último billete que me queda en la cartera, vodka, hielo, limón, lo rebusco cerrando un ojo y entrecerrando el otro, como el francotirador comprueba que la última bala está en su lugar, la pido, la copa, en el preciso momento en el que mis ojos, por casualidad, coinciden con los de ella, que es la camarera del Erasmus, ella, que es la camarera más guapa de Salamanca, la camarera de tus sueños, no, de los tuyos, no, de los míos, porque ella nunca sonríe, ¿sabes? todos creen que es antipática y yo no, yo creo que es tan guapa que tiene miedo de que llega cualquiera y le rompa el corazón, eso me digo cada vez que piso su bar, porque me gusta pensar que el bar es suyo y es ella la que decide la música y que cuando suenan demasiado los Tindersticks o los Trembling Blue Stars es porque tiene un día jodido, todo esto lo digo porque me está mirando, joder, es ella, no la había visto antes, está al final de la barra y me mira fijamente y en ese momento pienso ya está, funciona así, tu estás en un bar y sin querer la miras y ella te mira y te mueres, así de simple, un dos, tres, te mira y te mueres, pero no, sigo vivo, sigo mirándola y baja la mirada pero no está mirando a ninguna parte, sólo disimula como si se reservara y pienso tienes que ir allí, tienes que hacerlo y miro el reloj y son las 4 de la mañana y calculo que van a cerrar el bar en media hora y pienso que en lugar de reloj debería llevar cronómetro, no sólo yo, todo el mundo, ella ahora se toqueta el pelo y M. empieza a hablar con un tío con el pelo teñido de rubio y una camiseta que lleva estampado un cómic de Flash Gordon y me digo que es un mensaje para que me mueva y entonces levanto otra vez la vista y ella está casi encima, se ha escurrido en la espesura del bar, en la espesura de brazos y vestidos y palabras y vasos y voces y urgencias como el mercurio entre los dedos y me digo ahora es cuando va a pasar algo y en efecto, M. la mira y el tipo de la camiseta la mira y yo la miro y el reloj se para porque ella, en perfecto castellano mal hablado dice qué guay, toca mi chaqueta con la punta de los dedos de la mano derecha, como con miedo, y abre la boca y me mira y dice eres inglés? y yo digo no, no, y ella tiene unos ojos que son dos pozos negrísimos y sonríe y tiene una dentadura perfecta y pómulos elevados y también perfectos y es más alta de lo que aparenta detrás de la barra del Erasmus y sin embargo algo falla porque después de la sonrisa, como si ese hubiera sido un regalo excesivo, retrocede y es tarde cuando le digo que estuve este verano en Londres, que me gustó Candem, como un anzuelo sin cebo porque ella dice todos los españoles van a Candem y a Picadilly cuando van a Londres y luego le digo pero también estuve en Brixton y ella ya no me escucha, no lo entiendo pero se aleja, dice sí, yo no vivo lejos de Brixton y cuando voy a decirle que ya la conozco, que la he visto en el Erasmus, está a miles de kilómetros de distancia, y sus ojos están a miles de kilómetros de distancia, y sus dientes perfectos, y su pelo, y su tacto, y su pómulos están a miles de kilómetros de mí, lejos como los amigos de la infancia, como los campamentos de verano, como la primera vez, como todas las primeras veces y se va e ingresa en el maravilloso parquecito de recuerdos amables de mi memoria, en el almanaque de todo lo que no fue y me siento tonto y feliz como un villancico y cuando todo vuelve a pasar de la pausa al play, cuando vuelvo a escuchar la música y veo otra vez al resto del mundo agitarse en el bar, M., que ha estado todo el rato obervando, me dice oye, ¿me dejas ponerme esa chaqueta?