
Lo que no te perdonamos, Al, no es que nos recuerdes lo mal que lo estamos haciendo. Ni que nos digas que nuestros hijos no verán la luz del sol, al levantarse por las mañanas, porque el cielo será una nube de gris polución en poco tiempo. Ni que los polos se deshielan o que el número de especies animales se ha reducido de modo drástico en poco tiempo. Ni siquiera que el agua potable y las reservas de petróleo y energía tengan los días contados. Ni que hayas utilizado tu imagen pública y tus recursos para vocear a todo el planeta lo que los investigadores llevan años susurrándonos al oído. Hasta podemos perdonarte que hayas engatusado a esos impresionables del Nobel o el Príncipe de Asturias, empeñados en aplaudir tu rocambolesca tesis de la relación entre los desastres naturales que provoca el cambio climático y el brote de guerras. Aunque nos molesta mucho. Lo que de verdad no te perdonamos, Al, es que además de yanqui, seas rico. Y que en vez de vestir harapos, o tener un impronunciable nombre indio, o por lo menos ser negro, luzcas traje impecable y sonrisa perfecta. O que viajes en tu avión privado en lugar de cruzar el Atlántico a nado. A quién se le ocurre. Olvidaste que estás en Europa, la reserva moral del Mundo. Al, vuelve a casa. Cuanto antes.