
Al primero pocos obituarios le han hecho justicia; el tópico del chico triste y solitario ha servido para construirle un simulacro perezoso de leyenda maldita con el que ni sus letras ni su vida tuvieron algo que ver. Al segundo, al gran poeta popular –y digo popular con mayúsculas– del siglo XX se le ha rendido ríos de tinta en medio mundo hispanohablante con la veneración agradecida de los que aprendieron a leer poesía amedio camino entre 'Táctica y estrategia' y los poemas que escribió hasta escasos días antes de su fallecimiento.
Ambos, cada uno en su ámbito, compartían con su público la complicidad del que sólo se sabe agradecido a los demás. Vega pasa a la historia, primero como retratista generacional y después como testigo de sí mismo y por lo tanto un poco de todos. Benedetti lo hizo hace mucho en una adolescencia arrebatada y perenne que igual le condujo a pasionales desvaríos políticos que a insobornables alegatos de amor y drama. Los dos nos duelen y a la vez ya no. Los dos, qué raro es despedir a los poetas para siempre aun sin conocerlos en persona, nos han soltado la mano a mitad de camino y estamos un poco más huérfanos.
Quedan su obra, sus canciones, sus libros, esa necesaria brújula para el mapa de los escalofríos y los temblores y los abrazos y las penas y la vida. El eco de un diálogo que nos trascendió un buen día y ya no nos dejará nunca, en ‘La chica de ayer’, en ‘Rostro de vos’ o en ‘Corazón coraza’. Hartos de sabios que no saben nada, de balas de fogueo, de precauciones y culpas, nos quedan para siempre los poetas, aunque se hayan marchado.
(Tribuna de Salamanca, 23/V/09)
3 comentarios:
El día en que murió Benedetti utilicé esa misma expresión, un poco huérfana, creo que lo dice todo.
Miedo me da recordar ese dicho popular:
"Los grandes se van de tres en tres"
lo dije en algún otro lado.. alguien que deja esa herencia a sus espaldas no muere nunca....
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