miércoles, octubre 20, 2004

El amor después del amor (II)

El verano se acababa, no podíamos hacer nada por evitarlo. Ella tenía planes, en algunos entraba yo y en otros no. Yo lo sabía. De alguna manera las posibilidades eran cada vez menores y los agujeros y la oscuridad y los espacios en blanco y el miedo a lo desconocido y las pesadillas estaban ganando terreno. Un día apareció una grúa delante de casa. Se bajó un tío con pinta de mecanico. Yo la miré y ello dijo, mirando para otro lado: - He mandado repararlo, creo que se lo tienen que llevar. Otro día apareció un cartero al que hasta entonces yo no había visto nunca y supe que, por primera vez, las malas noticias para mí eran buenas noticias para ella. No traté de hablarlo, me limité a seguir observando. Cometí varios errores, el primero fue confiar en que las cosas irían bien sin intervenir. Conocía algunas de las trampas, pero caí en todas. La primera discusión empezó siendo sobre cuál era la mejor compañía para viajar por Europa y acabó con ella encerrada en nuestra habitación, llorando, llorando, llorando. Luego las sábanas dejaron de ser cálidas y los susurros, simplemente, se extinguieron. Neil vino a vernos de nuevo y quiso saber qué ocurría. Me miraba con sus ojos de espejo, arqueando las cejas, con las manos en los bolsillos y yo no sabía que contestar y al final le decía: - Chico, puede que ninguno de los caminos de regreso a casa lleven realmente a casa. Se llevaron el coche, ella desapareció dos días, yo me volví loco. Sus cosas seguían en casa. Al tercer día logré hablar por teléfono con Neil desde una cabina. Trató de tranquilizarme. Hablaba en un tono que él nunca usaba. Parecía estar, en parte, arrepentido por algo, pero quería demostrar orgullo. Me habló de heridas y de parejas que se rompen, de daños pequeños y de daños grandes, de relaciones truncadas y de España, por primera vez le oí decir España, con su cerrado acento sureño. Luego habló de aviones y de amigos que dejan de serlo por una chica. De años que pasaban y de perdones que llegaban. Colgué el teléfono, volví a casa, encendí la televisión pero le quité el sonido y puse a todo volumen el Raw Power de Iggy Pop. En la tercera canción comencé a pensar en las enormes manos de Neil y en el pequeño cuerpo de ella. La imaginé sonriendo y la imaginé seria y ninguna de las dos cosas fue mejor que la otra.Me puse de pie, me volví a sentar. Ya era de noche, me faltaba tiempo. A las ocho de la mañana del día siguiente oí el motor de un coche en la puerta de casa. Me vestí como pude y miré por la ventana y luego abrí la puerta. El coche parecía nuevo, ahora. Ella se bajó con cuidado, como si tuviera miedo de romper algo. Llevaba puestas las gafas de sol y tenía reflejos rojos en el pelo. Tenía un aspecto demacrado, no sonreía. Yo tampoco. Pensé, divertido, que la situación en el fondo era cómica, pero no sonreí. Durmió casi durante dos días seguidos. Haciendo cuentas, me dí cuenta de que llevábamos sin mirarnos a los ojos casi una semana. No hice ninguna pregunta. Poco después empezó a llover, las ardillas se subieron definitivamente a los árboles y no volví a ver a aquél cartero nunca más.

1 comentario:

DAVID YÁÑEZ dijo...

Este símplemente me encanta, no voy a ser más objetivo, no lo necesita.

es la ostia

y sí, bueno, quizás es que me identifico, o quizás no ¿pero eh...qué coño importa?