miércoles, octubre 06, 2004

el amor después del amor

Tal y como yo lo recuerdo, casi todo estaba por decidir. Los días pasaban rápidos como disparos. Vivíamos en una casa baja, acorralada por el bosque, vertida en mitad de la vegetación. Teníamos una canasta en el porche de la entrada y un coche sin combustible en el camino de acceso. Sólo salíamos cuando se hacía de noche. A veces Neil venía a vernos y nos traía comida y nos contaba historias de gente a la que no conocíamos y luego nos pedía que decidiéramos qué hacer de una vez y nos miraba como si en el fondo no le apeteciera volver a vernos. Nosotros no teníamos prisa, ya sabíamos que una pareja podía romperse de mil maneras distintas fuera de aquella casa, que hacerse daño era fácil y que todo el mundo daba por hecho cosas horribles como seguir esperando o ver llover en soledad o ver los días pasar desde el banco de un parque. Ella solía decír: - No me dijiste que no echaríamos nada de menos. Apenas contabamos con el resto del mundo, apenas teníamos espejos. Habíamos retirado todas las trampas de los pasillos que iban a dar al dormitorio. Nos dolían las mismas partes del corazón. Contábamos los espacios que nos separaban de la infelicidad y sólo hablabamos en presente. No parabamos de hacernos fotos. Las suyas eran mucho mejores que las mías. Mis libros se convirtieron en sus diarios, guardabamos la mala suerte en el trastero con un candado de siete llaves y a veces nos dábamos cuenta de lo cerca que estabamos de olvidarnos de quienes eramos.
Ella solía despertarse antes que yo. Oía caer, lejano, el agua de la ducha, aún medio dormido, y entonces primero percibía el olor de su cuerpo haciéndose un sitio en la toalla, colándose por las rendijas de la puerta del baño. Después las puntas de sus cabellos me hacían cosquillas en la nariz, eso le gustaba a ella, hasta que lograba hacerme estornudar. Luego para consolarme me buscaba con su boca de fresa y yo la alejaba de mí con la almohada tratando de hacerme un poco más el dormido. Al final lo lograba, besarme en el cuello, después de hacerme cosquillas. Decía:
- Estás mejor despierto, nunca se sabe lo que hay detrás de unos párpados cerrados.
Se ponía encima una de mis enormes camisas, me miraba y luego caminaba hasta la cocina moviendo sus caderas, fugaces, y sus largas piernas como si estuviera desfilando sobre el filo del mundo. Me preparaba un gran desayuno, me leía el periódico de hacía tres días, no paraba de girar sobre sí misma.
A veces me gustaba pensar que lo estabamos haciendo todo maravillosamente mal.

2 comentarios:

Adolfo Gasca dijo...

Chico que bonito escribes, me has dejado impresionado aunque no se si lo he comprendido bien, lo volvere a leer, he tenido la impresión que se trata de sguir igualñ con la inercia del amor cuando a este se le ha intentado acotar, guardar en un cajita y cerrarla, noo se pero es precioso lo que escribes, viste ya Roma, yo tambien tengo ganas de verla, Martinhache es una de mis pelis preferidas así que supongo que Roma me gustyara, un saludo de un desconocido

Akima dijo...

Que decir ante este escrito... comparto la opinion de Adan... me encanta como escribes, sigue asi ;)

Besiños