“Sí, Dios existe... y a veces sueña, y sus pesadillas son nuestras vidas”
(Ernesto Sábato)
Me fuí.
Simplemente dejé de sentirme bien allí. Se lo anuncié con dos días de antelación, ella sólo miró para otro lado y sonrió como quien ya lo sabe absolutamente todo, y por primera vez me dí cuenta de lo pálida que era su piel, de cómo se le veían las venas en las sienes. Me fije una vez más en su pelo, que siempre me había gustado más largo, en sus ojos, miré sus labios rojos. Es curioso como a veces sólo apreciamos las cosas que de verdad nos han gustado cuando estamos a punto de perderlas. De repente me sentí emocionado por la idea del viaje, de irme de allí, miraba la casa como se mira a un cadaver y a mis billetes de tren como la única posibilidad. No tardé demasiado en cicatrizar y el amarillo se fue apoderando de todo. Fernando, de la revista donde había publicado un par de artículos, me había telefoneado para decirme que conocía a alguien en Madrid en una editorial que podría estar interesado en publicarme, "en dar utilidad a tus relatos", como le gustaba decir a él. La idea me parecía descabellada pero era otra excusa perfecta para marcharme. Al mismo tiempo me gustaba imaginarme de nuevo en España. Volví a hablar con Neil, quedamos para comer, hablamos mucho de ella, de cómo se comportaba, de cómo nos conocimos, de cómo sería todo a partir de entonces. Mi vuelo salía al día siguiente, por la mañana, así que fuimos a beber algo a un local donde le conocían y recuerdo que las arrugas de la cara se le arrugaron en un gesto grave cuando me dijo:
- "Las mujeres simpre ganan, chico, aunque no quieran, aunque no se den cuenta, incluso aunque te quieran dejar ganar, lo único que podemos hacer nosotros es administrar la derrota lo mejor posible. El amor después del amor no existe, tendrás que acostumbrarte a dejar de mirar a las chicas con esperanza, hombre, ya lo verás, después del amor están los simulacros y la convivencia y todo lo que te promestiste no hacer nunca, sé de lo que hablo".
Le dije que no estaba allí con él para lamentar nada. Le regalé mi disco de Iggy Pop, ya no lo iba a necesitar, de recuerdo.
Luego conté hasta diez y me fuí.
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