miércoles, septiembre 22, 2004

Wellcoming Bebe

Feliz por haberla conocido, porque la piezas del puzzle, muchas de ellas, comiencen a coincidir a pasos agigantados, entre otras cosas gracias a Billie Holiday, gracias a las impensables calles desiertas de Madrid, un domingo de madrugada, gracias a la Plaza de Colón y sus mensajes cifrados. Y por supuesto gracias a sus ojos, que no son tristes, no como el futuro, a sus tobillos perfilados y a mis aventuras por su pelo. Más que feliz, me atrevería a decir que eufórico, efervescente, casi descuidado. A pesar de casi nada, ya, gracias a véte tú a saber qué. Quién conoce los mecanismos de afinidad. Y no me vale aquella pseudoteoría de los vínculos horizontales, advierto. Tengo la impresión de que podría esperarla todos los veranos, de que el tiempo apenas pasaría si siguiera esperándola a lo largo de los meses y las noches y las llamadas perdidas y los e-mails con poco juicio y menos sentido. La esperaría con los puños apretados y el corazón helado, haciendo astillas la distancia de mí a las fotos en las que aparece y de esas fotos al futuro. Apenas apreciaría el paso de esos momentos, sería el vagabundo de las estrellas que se desplaza por el espacio a la velocidad de la luz y no, no envejece. Otra vez es de noche. Estoy en mi habitación. Me asomo a la ventana y tengo la impresión de que ahora ninguna canción triste puede traerme mala suerte.

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